Los ojos del alma se abren desde la quietud, desde un acallamiento de la mente funcionante desde un silencio interior donde se despliega otra conciencia, otro ver, otro saber, más vasto, amplio y lúcido que podemos practicar a través de bajar el ruido mental, de respirar profundo, de entrar en el momento, de contemplar, de darnos ese tiempo plácido cada día. En esa serenidad interna comienza a emerger una fuente de plenitud y bienestar, de gratitud ante las cosas más simples, un sentimiento de natural bondad y altruismo, de sabiduría, que nos permite ser menos críticos y enjuiciadores, poner límites desde el discernimiento, comprendiendo las torpezas y errores personales y de los demás como parte del aprendizaje vital.
Los ojos del alma abren la visión a la liberación que trae cada pérdida, nos permiten ver que el dolor trae un regalo de despojo de la arrogancia, de humildad que nos acerca a la hermandad con todos los seres y nos hace vislumbrara entre las lágrimas, la fuerza de la vida que nos renueva y nos permite volver a empezar.
Los ojos del alma saben que hay algo en nuestro centro que no nace ni muere que siempre está ahí en el fondo de la mente, en el centro del corazón, una poderosa presencia interior que nunca nos abandona y nos transmite que el tránsito por la vida física es un guion de aprendizaje y liberación.
Los ojos del alma ven que somos parte de una Gran Vida, que estamos todos en proceso de comprender la verdad esencial, que si bien entre nosotros hay diferencias de todo tipo, en lo profundo emergemos y somos nutridos por la misma vida, como ramas y brotes de un mismo árbol, que nada ni nadie me es ajeno, ni los que me agradan ni los que me desagradan que todo ser es mi prójimo, que todo afecta a todo, puesto que somos un Gran Ser en movimiento y transformación.
Los ojos del alma me permiten saber que desde esta simple vida y natural vocación hago vibrar sutiles hilos invisibles que tocan a todos los seres.
Patricia May